En este libro, Robert D. Kaplan nos lleva en un viaje fascinante al corazón de una región muy volátil, que se extiende desde Hungría y Rumanía hasta las lejanas orillas del Mar Caspio, rico en petróleo. A través de historias dramáticas de personajes inolvidables, Kaplan ilumina la trágica historia de esta región inestable que él describe como la nueva falla entre Oriente y Occidente. Se aventura desde Turquía, Siria e Israel hasta los turbulentos países del Cáucaso, desde la recién enriquecida ciudad de Bakú hasta los desiertos de Turkmenistán y los campos de exterminio de Armenia.
Durante años, Robert D. Kaplan ha sido una voz refrescante, aunque quizás oscura, entre los observadores estadounidenses de asuntos exteriores. Su obra Fantasmas balcánicos: un viaje a través de la historia, supuestamente fue la lectura de cabecera de Bill Clinton y ha sido ampliamente citada como el origen de la inhibición involuntaria de la intervención de Estados Unidos en las guerras de sucesión yugoslava. Hacia Tartaria, que Kaplan presenta como una continuación de la anterior, abarca una extensa región que se extiende desde las laderas sudorientales de los Cárpatos hasta las costas orientales del Mar Caspio y los desiertos de la Península Arábiga. Tartaria identificó esta parte central y septentrional de Asia hasta el siglo XX. Los Cárpatos (Rumanía) marcan el fin de Europa y el principio de Oriente Próximo. Por eso, el viaje de Robert D. Kaplan comienza en Hungría y termina en Turkmenistán. Ha vagado por una triple región que él define como el Nuevo Oriente Próximo, con Turquía en su centro geográfico, haciendo preguntas de calado a todo el mundo, desde autoestopistas a agentes de inteligencia, en su búsqueda sobre todo de lo que determina en cada caso el carácter nacional.
Kaplan no pertenece al grupo de los habituales periodistas paracaidistas en busca de titulares, para quienes un hotel Sheraton es lo mismo que otro. Es mas probable que encontramos a Kaplan trabajando en hostales de baja categoría, husmeando en el enmarañado pasado, casi siempre en compañía de Heródoto y Gibbon como sus guías personales, como siguiendo los pasos de Rick Deckard hacia un futuro turbio e incierto.
Así pues, en opinión de Kaplan, es poco probable que ese futuro sea prometedor. La democracia y las instituciones de libre mercado requieren ciertas actitudes para que funcionen bien, y esas actitudes escasean en la mayor parte del Nuevo Oriente Medio. Kaplan alerta oportunamente ante la posibilidad de confundir la apariencia con la realidad de una democracia, y contra los defensores de sistemas de gobierno en sociedades que aún no están preparadas. En general, Kaplan cree que a toda la región le espera un largo periodo de desgobierno y frustración material.
Cuando Kaplan es convincente, es muy convincente. Su exégesis de por qué las sociedades poscomunistas de Rumanía y Bulgaria corren el peligro de ser olvidadas por Occidente porque las hemos «declarado» democracias de mercado, rehechas con éxito a nuestra propia imagen narcisista, da en el clavo. Kaplan iluminó también sobre el peligro del neo-imperialismo ruso para sus países vecinos. Las compañías de Bulgaria y Azerbaiyán son especialmente vulnerables a los planes de la mafia rusa porque los inversores occidentales los consideran demasiado inestables para ser atractivos.
Pero Kaplan es un guía sorprendentemente mediocre. En Budapest y Beirut, Estambul y Ashgabat, y unas cuantas docenas de lugares intermedios, Kaplan llega a la ciudad, da un paseo decididamente peatonal por algunos barrios y luego se enzarza en una serie de entrevistas con la élite local. Habla con presidentes y generales, intelectuales y disidentes. Las únicas personas corrientes con las que Kaplan habla son sus traductores, chóferes y la recepcionista del hotel. El resultado es un relato rebuscado y unidimensional.
No obstante Kaplan da lo mejor de sí cuando describe el paisaje histórico, las fisuras culturales entre «Occidente» (representado por el Sacro Imperio Romano Germánico) y Oriente Próximo (la Bizancio ortodoxa y el imperio otomano). Esta fisura atraviesa los Balcanes, con Bosnia y Transilvania en la frontera. No es casualidad que Bosnia y Transilvania entraran en conflicto étnico más de una vez durante el siglo XX. Relata cómo esta división «detuvo la expansión hacia el Este de la cultura europea, marcada por la arquitectura románica y gótica y por el Renacimiento y la Reforma». Las tierras otomanas quedaron «subdesarrolladas» y «anárquicas». Esto, se nos dice, explica por qué el comunismo reformista se afianzó en Hungría, mientras que en Rumanía y Bulgaria se transformó en un «despotismos de Oriente Próximo». Kaplan presenta el fracaso de las iglesias ortodoxas, que no eran baluartes de la oposición democrática al comunismo, como las iglesias católicas en Polonia y Hungría, a la hora de aportar estabilidad. Sin el arraigo de la fe que aportan las iglesias católicas, estos Estados cristianos orientales se han estancado y han decaído en gran medida. A los ojos de Kaplan, Occidente significa modernidad y desarrollo, y Oriente anarquía y despotismo. Las observaciones políticas contemporáneas de Kaplan son ciertamente pesimistas. En Rumanía, Bulgaria, Siria y el Cáucaso, Kaplan se muestra «optimista en las capitales». Pero en las «deprimidas campiñas», se enfrenta a «las más duras verdades».
El impacto del libro también se pone de relieve en el capítulo sobre Siria y Líbano. De hecho, cuando los medios de comunicación empiezan a hablar de Siria hoy en día, presentan el país como un Estado musulmán unido lleno de tiranía que apoya el terrorismo. En otras palabras, Siria es el equivalente de Irak. Sin embargo, Siria es fascinantemente diferente, gracias a la multitud de rivalidades étnicas que existen en el país. No es seguro que algunos hayan oído hablar de los «alauitas», el grupo étnico al que pertenece la élite gobernante y muchos miembros del cuerpo de oficiales del ejército. El desarrollo de la ciudad de Beirut en el Líbano es también un acontecimiento del que se informa muy poco. Un Estado próspero como el Líbano, con una creciente clase media, podría tener enormes implicaciones para Oriente Medio. ¿Quién podía saber estas cosas? Los medios de comunicación no se molestan en contarlo, pero Kaplan sí.
Para Robert D. Kaplan, la esencia del viaje consiste en hacer el paso del tiempo más lento, como cuando en una parte del viaje puede volar cómodamente de Sofía a Estambul en una hora; pero en lugar de eso, interrumpe su viaje en Plovdiv para proseguir rumbo más tarde con doce horas incómodas en ferrocarril, solo porque así está seguro –dice– de poder captar la verdadera distancia entre Bulgaria y Turquía.
Así va avanzando hacia el sureste, desde Hungría hasta Turquía pasando por Rumanía y Bulgaria, y, después, Siria, Líbano, Jordania e Israel. Vuelta a Turquía, para seguir hasta el Cáucaso y Asia, cruzando Anatolia. La exactitud de sus observaciones permitirá a los lectores seguir viendo los resultados de la dinámica que ha descrito en Oriente Medio durante algún tiempo. El resultado es una lectura obligada para cualquiera que quiera saber que será de nuestro mundo en las próximas décadas.